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sábado, 10 de noviembre de 2012

Eiden, trozo de mi libro.

Eiden abrió mucho los ojos, parecía haber estado esperando escuchar esas palabras todo el tiempo que había estado en mi espera. 
De verdad parecía haber estado muy preocupado esas dos semanas. 
Sentí algo muy extraño, cuando miré esos ojos marrones que me mantenían completamente embobada, algo que nunca había sentido, algo que realmente… deseaba sentir desde hacía mucho, pero que nunca había tenido la ocasión y en ese momento lo sentía, le tenía ahí delante, era Eiden. 
Era ese extraño, dulce, a veces chocante e irrespetuoso chico al que mi padre había contratado para que se hiciese responsable de mi, para cuidarme, para protegerme y mantener a mi padre al corriente de todo lo que pasase a mi alrededor, de todas y cada una de las cosas que hablase, hiciese o viese. 
En el tiempo que llevaba en la casa, pensé mil y una veces que no le necesitaba, que no necesitaba mirar sus ojos, ver su sonrisa, escuchar su voz, discutir con él, chillarle, empujarle, enfadarme con el… que no necesitaba tenerle frente a mi todo el tiempo posible, que no había deseado ni una sola vez besarle, acariciarle, pedirle que se quedase conmigo toda la noche, acariciando y acallando mi miedo.
Pero lo único que había hecho todo ese tiempo fue mentirme a mi misma, intentar convencerme de que no necesitaba nada de él, siendo la verdad todo lo contrario.
Nunca podré explicar lo que pasó después, fue algo increíble, mágico, delicioso, fue como, rozar el cielo con la yema de los dedos. 
Fue algo que, de verdad, desearía que cualquier persona pudiese sentir al menos una vez en su vida.