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domingo, 29 de septiembre de 2013

Escribir.

No sé, es que escribir es mi vocación, mi forma de desahogarme, de comprender el mundo, de verlo y sentirlo. Es la forma que tengo de evadirme de lo que me rodea, de refugiarme, de reir y llorar al mismo tiempo. Me da igual si me muero de hambre intentando que mis libros tengan éxito, yo vivo por y para esto, desde siempre, lo sé. Yo escribo para mi, no sé, digamos que escribir es mi forma de vivir, y que vivo más intensamente mientras escribo que haciendo locuras. Para mí un papel en blanco es la salvación a un mal día, es ver cada detalle y sentir cada momento. Hay veces que siento tantas cosas a la vez, que soy incapaz de escribir nada, y esos momentos son los que me alegran el día.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Efímero glaciar.

Pensó, erróneamente, que sus manos eran nubes, que podría acariciar el cielo sin que el sol le quemase, y acabó con las manos ajadas de tanto engañarse, de volar alto, de acariciar soles efímeros y enormes glaciares.

Amapola.

Buscaba en una completa oscuridad a pesar de que el sol ya salía, amor entre las amapolas del jardín trasero de su casa, pero, tras buscar durante casi un minuto, solo logró rasgar su piel con las espinas de las rosas que en el pasado le habían embaucado con su fresco aroma y su belleza exterior.
Él ya no buscaba flores pasajeras, pensaba que se merecía disfrutar de un campo lleno de cáctus. Se merecía disfrutar de la conquista, engancharse cada vez más a uno de ellos hasta que no le quedasen más pinchos por clavarle. Entonces se los quitaría uno a uno, y acariciaría la superficie lisa y desnuda del cáctus, sin la protección que anteriormente le proporcionaban sus pinchos.
Cansado de buscar lo que pensaba que nunca encontraría, decidió que era hora de ampliar horizontes. Salió de su jardín y fue a parar, tras caminar al menos otro minuto, al bosque. Allí tuvo que lidiar con árboles tan altos, que casi no podía ver sus copas, y se sintió pequeño, tanto, que echó de menos las rosas que anteriormente habían endulzado su vida.
Y volvió a sonreír, admitió que no estaba hecho para enamorarse de un cáctus, que hay personas que no aguantan el dolor de la conquista, y que él era uno de ellos.
Decidió volver a su antigua vida, y se cubrió de rosas a las que aún no le habían salido las espinas, esta vez, durante dos minutos.
Feliz de vivir disfrutando de cada rosa que veía, un día se topó con una bonita, delicada, y silvestre amapola. Esta no era tan ruda como un cáctus, ni tan preciada como una rosa, pero su coraje y su extraña belleza hizo que el corazón de su pecho palpitase y pensó:
"Al fin, Amapola, te esperaba."