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domingo, 15 de diciembre de 2013

Primavera.

Las estrellas contemplaban tu piel de canela envidiosas de que mis manos la tocasen. Y, solo cuando el cielo se llenó de nubes y los mirones se escondieron asustados por la oscuridad, pude besar tu cuerpo con la avidez de quien nunca vió primavera y lo desea. Escondí mis manos en las nubes de tu pelo, y desaparecieron en la niebla. Pero, ¿qué más daba? Si allí estabas tú, tumbada sobre el musgo del más frío bosque, sin sentir frío, ni cansancio por las pasiones anteriores, como una Diosa, o Musa.
Entonces volví a encontrar mis manos entre la niebla, y utilicé los lunares de tu cuerpo para escribir palabras. Palabras que te llenaban el alma de versos profundos, de besos, de ayer, de mañana, de sol, de contrastes, de grises, de negros y blancos, de lineas dobladas, poco perfectas, curvas. Tan imperfecta, tan cambiante, tan extraña, tan bohemia, tan efímera, tan libre, tan tú.

domingo, 6 de octubre de 2013

Que no existes, y sí.

Energía oscura, ¿qué es exactamente? ¿Cómo funciona? ¿Qué hacer para entenderla? Una incógnita. Al igual que tu enrevesado saber de loba, y tu extraña belleza antinatural. A veces no entiendo tu manera de pensar. Pero no de la manera filosófica del pensamiento, si no de la manera física del alma. Alma, ¿quién no tiene alma? Tú. Como un diablo. Diablo seductor que será mi ruina, y ojalá lo seas. Musa pervertida y a la vez angelical. Que duermes de día, despiertas de noche, y me desvelas. Haces que plasme mis miedos en hojas en blanco cuando no quiero, y cuando te necesito, no apareces. Soledad querida que me envuelve, la que tú me das. Felicidad que me quitas al abrazar mis dedos y no permitirme el movimiento, angustia que me llena cuando no lo haces. Contradicciones, la tuya y la mía. La nuestra. La que tú me haces sentir, hacia la que todos me empujan. Yo misma, otra vez, y tú, nunca verdadera y siempre efímera. Vuelve, camina, vuela, sonríe y acaricia. Acaricia el alma herida e inexistente de este pobre ser moribundo, que te busca y no te encuentra, que te quiere y no te ve. Libertad de expresiones y sentimientos que me ofreces, y que no quiero, pero sí. Amante, que necesitas estímulos para llegar, y cuando lo haces te quedas tan solo un segundo. Que no es amor, ni ningún sentimiento conocido por el hombre de calle. Eres tú, musa, que no existes y sí lo haces, para mí, y para los que te llaman cada noche tras un cristal de lágrimas y sonrisas confusas, que son de anhelarte, de verte, y de no hacerlo.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Escribir.

No sé, es que escribir es mi vocación, mi forma de desahogarme, de comprender el mundo, de verlo y sentirlo. Es la forma que tengo de evadirme de lo que me rodea, de refugiarme, de reir y llorar al mismo tiempo. Me da igual si me muero de hambre intentando que mis libros tengan éxito, yo vivo por y para esto, desde siempre, lo sé. Yo escribo para mi, no sé, digamos que escribir es mi forma de vivir, y que vivo más intensamente mientras escribo que haciendo locuras. Para mí un papel en blanco es la salvación a un mal día, es ver cada detalle y sentir cada momento. Hay veces que siento tantas cosas a la vez, que soy incapaz de escribir nada, y esos momentos son los que me alegran el día.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Efímero glaciar.

Pensó, erróneamente, que sus manos eran nubes, que podría acariciar el cielo sin que el sol le quemase, y acabó con las manos ajadas de tanto engañarse, de volar alto, de acariciar soles efímeros y enormes glaciares.

Amapola.

Buscaba en una completa oscuridad a pesar de que el sol ya salía, amor entre las amapolas del jardín trasero de su casa, pero, tras buscar durante casi un minuto, solo logró rasgar su piel con las espinas de las rosas que en el pasado le habían embaucado con su fresco aroma y su belleza exterior.
Él ya no buscaba flores pasajeras, pensaba que se merecía disfrutar de un campo lleno de cáctus. Se merecía disfrutar de la conquista, engancharse cada vez más a uno de ellos hasta que no le quedasen más pinchos por clavarle. Entonces se los quitaría uno a uno, y acariciaría la superficie lisa y desnuda del cáctus, sin la protección que anteriormente le proporcionaban sus pinchos.
Cansado de buscar lo que pensaba que nunca encontraría, decidió que era hora de ampliar horizontes. Salió de su jardín y fue a parar, tras caminar al menos otro minuto, al bosque. Allí tuvo que lidiar con árboles tan altos, que casi no podía ver sus copas, y se sintió pequeño, tanto, que echó de menos las rosas que anteriormente habían endulzado su vida.
Y volvió a sonreír, admitió que no estaba hecho para enamorarse de un cáctus, que hay personas que no aguantan el dolor de la conquista, y que él era uno de ellos.
Decidió volver a su antigua vida, y se cubrió de rosas a las que aún no le habían salido las espinas, esta vez, durante dos minutos.
Feliz de vivir disfrutando de cada rosa que veía, un día se topó con una bonita, delicada, y silvestre amapola. Esta no era tan ruda como un cáctus, ni tan preciada como una rosa, pero su coraje y su extraña belleza hizo que el corazón de su pecho palpitase y pensó:
"Al fin, Amapola, te esperaba."

domingo, 7 de julio de 2013

Llamadla.. sin título.

Vivo enamorada de los romances imposibles.
Cada segundo es un recuerdo que viene a mi cabeza y me tortura.
¿Que quién es él?
Él es el que, aunque suene cursi, cambió algo en mi vida, algo que hasta ahora no me había dado cuenta de que era, por decirlo de alguna forma, su culpa. Cambió mi forma de ver el mundo y a las personas, y sobre todo, cambió la forma en la que me veía a mi misma.
Era un amor imperfecto, lo sé, pero, ¿quién sería tan tonto de desear la perfección cuando se tiene amor?
Amaba sus defectos casi tanto como sus virtudes, ese impulso que tenía de decir lo que se le pasase por la cabeza aunque no fuese un buen momento, ese pasotismo que me hacía rabiar, ese deseo que tenía siempre de volver a su casa en cuanto hiciese un poquito de frío, esa sequedad con la que me hablaba a veces. Podría seguir hablando de defectos pero, es la primera vez, la primera vez, que recuerdo a alguien con el que he compartido mi tiempo y parte de mí misma por todo lo bueno que tuvimos, en vez de por lo malo. Como esa noche en la que me quedé en su casa a dormir porque sus padres se fueron, recuerdo cada detalle de esa noche, cada canción que escuchamos, cada caricia que nos dimos, cada beso que nos regalamos, las veces que le dije te quiero, las cosquillas que nos hicimos, los abrazos, las risas, las sonrisas y los susurros entre las sábanas, incluso recuerdo lo que cenamos. Esa noche fue, perfectamente imperfecta.
Claro que, no es el único recuerdo que conservo, aparte de las películas que nos quedaban por ver, de los sitios a los que ya no podremos ir juntos, de las noches que pasé despierta dudando de sus sentimientos hacia mí esos dos últimos meses, aparte de esos días que pasamos tumbados en su cama o sentados en algún sitio sin hablar, incómodos, dejando escapar nuestros sentimientos, viendo como se los llevaba el silencio, aparte de esos malos recuerdos que llevo siempre atados a mi espalda, está ese día en el que todo empezó.
No hablo del día en el que nos conocimos, ni siquiera del día en el que empezamos a salir, me refiero al día en el que, por primera vez, de nuevo por primera vez, sentí que realmente había perdido un tiempo muy valioso, un verano que podría haber sido inolvidable, dos meses que hubiesen podido marcar otro rumbo en nuestra relación, en el que quizá, aún estaríamos juntos. Hablo del día en el que quedamos por primera vez, solos, una semana después de que yo terminase mi "relación" con, digamos, un amigo suyo, otro de los grandes errores que cometí. Nos sentamos en un parque de Sevilla, alejados de todo el mundo, y pasamos la tarde conociendonos el uno al otro sin parar de reír, hasta que, después de unas palabras que están clavadas en mi cabeza y que nunca se irán, me besó, y comencé a temblar, entonces supe que tenía razón, había perdido demasiado tiempo.
Pienso que si hubiesemos hablado de otras cosas, quizá nunca me hubiese besado, pero el destino lo quiso así, y en ese momento, no pensé ni un instante que se hubiese equivocado de rumbo.
Otra de tantas cosas que recuerdo es su risa, admito que no consigo sacármela de la cabeza, y la forma de sorprenderse que tenía. También recuerdo la forma en la que me miraba siempre, esos millones de besos que me daba en la mejilla al principio y esos pocos te quiero que logré oír salir de sus labios. Recuerdo perfectamente cuando nos tiramos por una cuesta en dirección a mi casa en su bici y del miedo que pasé cuando me daba besos mientras bajábamos y no miraba al frente.
Recuerdo un millón de cosas cada día, y quizá por eso, porque me he dado cuenta, tarde, de lo que tenía, es por lo que me engaño a mi misma diariamente aunque de forma inconsciente, es por lo que cada vez me soporto menos a mí misma y aún menos a los que están a mi alrededor, es por eso por lo que apenas aguanto ya salir con mis amigos por mucho que les quiera, o por lo que lloro casi todas las noches al darme cuenta de que el problema era yo, mi inseguridad, esa manía mía de no decir lo que siento, pienso o molesta, esa dependencia que a veces sentía hacia él, mi falta de iniciativa, mi vergüenza, mi edad incluso.
Quizá debería haberle dicho esto hace mucho tiempo, o quizá he hecho bien en no decírselo.
De todas formas, espero que no lea esto, porque si lo lee sabrá lo que siento, si sabe lo que siento volverá a tenerme colgando de su mano, aunque ya no me quiera, aunque yo aún sí.
Después de un mes aparentando estar bien, cosa que yo me creía fervientemente, he necesitado solo un par de segundos para darme cuenta del error que cometí aquelfin de semana cuando decidí no echarle más de menos, cuando él también lo decidió, cuando reí con él por última vez, cuándo oí su voz por última vez, cuando le abracé por última vez, cuando le ví por última vez.
Y ahora, sigo hablando con él, sí, pero ya no es lo mismo, quizá me haga hasta más caso, pero no, lo que había entre nosotros se fue, lo dejamos marchar un viernes, y hoy, un mes después, sigo recordándolo todo, sentada en el mismo sitio en el que me senté cuando lo dejamos y volví a casa, sintiendo lo que aquel día me negué a sentir.
Por si lo pensábais, este no es otro trozo de uno de mis libros, esta historia no tiene un final feliz. Esta es mi historia, un trozo de mi vida que deseaba compartir, así, quizá, cuando la leáis, os ayude a no dejar escapar lo que yo dejé, a no ser tan tontos como esta escritora de casi diecisiete años, y a, quizá, apreciar lo que tenéis en este momento, porque puede que, por mucho que lo deseéis, no dure tan para siempre cómo esperábais.

domingo, 16 de junio de 2013

Mis libros 7


Un incómodo silencio se abrió paso entre los dos. Ya no me acordaba de aquello, había matado a un hombre con mis propias manos, había atravesado su garganta con mi daga, había visto como la vida se escapaba de sus ojos, de sus manos, de su pecho, de su pelo, que se volvía raído y blanquecino, y, por último, de su boca al exhalar un último suspiro lleno de sangre y lágrimas. Su sangre fue manchando poco a poco el puro y sagrado suelo del bosque, que en el silencio sepulcral que mantenían sus compañeros mientras yo huía, dejaba oír los lamentos de las extrañas criaturas que se alejaban de la negra sangre que salía a borbotones de la garganta del hombre muerto.

lunes, 22 de abril de 2013

Elecciones.

A veces, cuando nos encontramos entre la espada y la pared, no tenemos otra opción que clavarnos la espada y acabar chocando contra la pared.

sábado, 9 de marzo de 2013

Mis libros 6.

— ¿Quién eres? –pregunté mirando hacia arriba, conseguí ver unos pies descalzos.
—Nadie importante, yo no valgo nada.
—Todo ser vale lo suficiente como para mostrar su rostro con orgullo de ser alguien. Por favor, dirígete a mí enseñándome tu semblante. –susurré poniéndome de puntillas y mirando entre las hojas colgadas de sus grandes ramas.
Escuché a Víctor llamándome muy cerca de donde yo me encontraba, algo me dijo, que me quedase en silencio y me escondiese, pero no me hizo falta. Unas fuertes manos agarraron mis brazos y me levantaron en el aire, sentándome en una de las ramas más gruesas. Justo en ese momento, Víctor apareció bajo el árbol, miró hacia arriba, yo creía que nos había visto pero se dio la vuelta y continuó con mi búsqueda. Cuando ya estaba lo suficientemente lejos de allí, me atreví a hablar, pero él se me adelantó.
—Perdone mi brusquedad, no debí apartarla de él, es su prometido. –se disculpó avergonzado. Yo no me esperaba esa reacción.
—Aún no lo es, y algo me dice que tiene sus razones para apartarme de su lado.
—Pensé que... ¿Pero qué digo? La gente como yo no piensa, está hecha para esconderse y luchar cuando es debido, no para pensar.
— ¿La gente como tú? -pregunté confundida- ¿Qué tienes de diferente para que uses contra ti mismo tales insultos?
— ¿Te parece suficiente razón que vivimos en cuevas escondidas en el bosque? Incluso entre mi gente, me siento desplazado, no soy como los demás, mi rostro lo dice más que mis palabras. –se tapó la cara con las manos.
— ¿Tu rostro? –Con un dedo le levanté la barbilla y le examiné, dejando a un lado el extraño tatuaje de su cuello, lo demás era totalmente perfecto- No le veo nada de extraño, en todo caso, lo único que podría ver sería belleza.
—Exacto.
— ¿Te avergüenzas de ser bello? –Susurré- Muchas personas quisieran ser como tú.
— ¿Incluyendo la maldición que marca mi rostro? –Se apartó el pelo de la cara y mostró con vergüenza su nariz, era completamente normal, pero una gruesa línea azulada la cruzaba- Me la hicieron cuando nací, me obligaron a ser diferente, a maldecir mi persona cada vez que me miro a un espejo. No es solo la marca, con ella, comenzaron a llegarme sentimientos de compasión, cosa no muy común en los míos, en los Marlemn.

Ocurrencias 3.

El silbido de la tetera inundó la habitación. La anciana se levantó de la mecedora, rechinante y trabajosa, dejandola que se meciese a su libre albedrío, y caminó lentamente hacia la pequeña cocina. La tarta que aguardaba en el horno a ser devorada por hambrientos viajeros y escurridizos del perseguidor, llenaba cada rincón del ambiente de un aroma casero y dulce. La primera gota de lluvia golpeó el cristal de la ventana cuando la anciana me sirvió el té que contenía la antigua tetera humeante. Volvió a sentarse en su desgastada y atrofiada mecedora de madera seguramente herencia de generaciones y generaciones de mujeres de la familia.

Mis libros 5.

Se levantó la camisa mostrando la herida totalmente cicatrizada.
—Te he dicho que ya no me duele.
Por primera vez, le miré sin entender lo que había pasado, con desconfianza e incredulidad. Mi respiración se tornó rápida y entrecortada. Me sentía perdida en aquel lugar, todo estaba lleno de peligros y de sucesos extraños que no llegaba a comprender, aunque hacía lo posible para sentir que aquel lugar ya era parte mí. Una suave y fría mano rozó mi mejilla, me estremecí al sentir el contacto. Eiden esperaba impaciente a que tomase una decisión, yo sabía lo que él quería que hiciese, si soy sincera yo estaba de acuerdo con él pero, algo me decía que, no me marchase de allí. La luna se reflejó en los ojos tristes de Eiden, que me miraban con preocupación interrogante. Sin querer, mis ojos se clavaron en la marca que estaba tatuada en su nariz, aquella línea azulada que le diferenciaba del resto, y que a mí me maravillaba. Él agachó la cabeza en cuanto se dio cuenta de esto y se tapó la cara. Me sentí culpable. Di un paso hacia delante, hacia él, y de pronto, me vi tirada en el suelo. Eiden estaba sobre mí. Se llevó el dedo a la boca y me indicó que guardase silencio. Al poco, llegó a mí el sonido que sus finos oídos habían escuchado mucho antes de lo normal. Me paralicé por completo, mis agarrotados dedos apretaron las hojas caídas que había en el interior de mi puño, desmenuzándolas y convirtiéndolas casi el polvo. Unos caballos a galope pasaron sobre nuestras cabezas, y, sus jinetes, iban tan concentrados en no golpearse con las ramas de los árboles que no nos vieron.
Unos minutos después, el ruido se extinguió y Eiden me levantó del suelo tras él.
— ¿Cómo has…? –balbucí.
—Solo te lo pediré una vez más, y te suplico, Claire, te suplico, que tomes una decisión ya. –Suspiró- Vámonos de aquí, vámonos sin esos soldados de pacotilla.
Tras meditarlo unos minutos, asentí, provocando en Eiden una reacción positiva.
—Prométeme que no va a pasarnos nada. –le pedí casi temblando.
Eiden me acarició la mejilla.
—No puedo prometerte algo así, pero, si puedo prometerte que haré lo imposible para que no nos pase nada. –reconoció sonriendo.

Tiempo atrás.

A veces, miramos a nuestro alrededor, y no vemos lo que de verdad tenemos delante. Nos pasamos una vida buscando algo que nos haga feliz, sin tener en cuenta que durante esa búsqueda, ya hemos palpado la felicidad más de una vez, sin saberlo.
De pronto, un día, estamos tumbados en la cama, escuchando música, y recordamos sucesos, que no tuvimos en cuenta, un momento en el que reíste hasta más no poder, el simple hecho de que la persona que te gustaba te mirase y se fijase en ti, ir un día a la piscina con tus amigos, salir por la noche y correr por las calles riendo, hablar por móvil hasta las tantas de cualquier tontería sin importarte la hora a la que te tenías que levantar al día siguiente, una película que te emocionó tanto que lloraste y otra que te dio tanto miedo que casi dejas sin respiración a quien estaba a tu lado abrazándole, tu primer beso, que para ti no fue con al primero que besaste, si no al último, esos días solos en su casa riéndoos y abrazándoos, esas conversaciones por msn con tus amigas que sentías la obligación de borrar para que no las leyesen tus padres, la sonrisa de estúpida que se te quedaba en la cara cuando hacías reír a alguien sin importarte como.
Momentos del pasado, en los que ahora te das cuenta de que fuiste feliz.

domingo, 24 de febrero de 2013

Día negro.

Bueno, supongo que hoy tengo uno de esos días en los que el mundo se te viene encima.
Si lo pienso, las cosas por las que me siento mal a veces, son tonterías, por lo que las aparto a un lado, pero poco a poco, esas tonterías se van acumulando cada vez más, hasta que me cubren, me asfixian y hacen que explote.
En momentos como ese, suelen decirte que llorar no va a arreglar nada, y lo sé, sé que el hecho de que de mis ojos caiga "agua" no va a solucionar ninguno de mis problemas, pero ayuda a que me desahogue.
En días como estos, comienzo a cuestionar mi existencia, ¿vosotros no lo hacéis? y bueno, no sé realmente que pensar de mi cuando me descubro tirada en la cama con el pijama puesto a las seis de la tarde, escuchando música a todo volumen.
A veces, intento hablar con alguien de esas "tonterías", pero no sirve para nada, nadie va a entender aquello que sientes en ese momento, solo tú, bueno..y la música, mi única compañera en días negros.
¿Qué si alguna vez he intentado solucionar esas pequeñas tonterías?
SI, pero, por desgracia, ahora a nadie le agrada la sinceridad, ¿en serio prefieren que les mientan? ¡No jodas!
Definitivamente, hoy es uno de esos días, en que solo puedo esperar a que él me alegre el día simplemente con un "te quiero fea" o un "te echo de menos tonta". Por suerte, los problemas se van de mi mente cuando él está a mi lado, que pena que nos podamos ver tan poco.

En fin, hoy tocaba MÚSICA ALL DAY, después, una taza de chocolate caliente y una buena serie anime tapada con una manta bien calentita.

domingo, 6 de enero de 2013

¿Quién no ha vivido esto?

La presión en mi pecho era constante, llevaba días estudiando hasta las tantas, no tenía vida social desde hacía dos semanas y ver continuamente las cuatro paredes de mi habitación imaginándome en esta las lecciones de historia que me tocaba conseguía ponerme de los nervios y tenerme atacada cada vez que intentaba distraerme viendo un rato la tele o escuchando música, y la imagen de mi profesor de historia recogiéndome el examen mientras se reía de mis respuestas venía a mi cabeza.
Eran casi las cuatro de la mañana, y tenía sueño, mucho sueño. Los ojos se me cerraban por segundos, pero no podía dormirme, tenía que seguir estudiando ya que el examen era mañana, y no podía permitirme el lujo de suspenderlo.