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domingo, 16 de junio de 2013

Mis libros 7


Un incómodo silencio se abrió paso entre los dos. Ya no me acordaba de aquello, había matado a un hombre con mis propias manos, había atravesado su garganta con mi daga, había visto como la vida se escapaba de sus ojos, de sus manos, de su pecho, de su pelo, que se volvía raído y blanquecino, y, por último, de su boca al exhalar un último suspiro lleno de sangre y lágrimas. Su sangre fue manchando poco a poco el puro y sagrado suelo del bosque, que en el silencio sepulcral que mantenían sus compañeros mientras yo huía, dejaba oír los lamentos de las extrañas criaturas que se alejaban de la negra sangre que salía a borbotones de la garganta del hombre muerto.