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sábado, 9 de marzo de 2013

Mis libros 6.

— ¿Quién eres? –pregunté mirando hacia arriba, conseguí ver unos pies descalzos.
—Nadie importante, yo no valgo nada.
—Todo ser vale lo suficiente como para mostrar su rostro con orgullo de ser alguien. Por favor, dirígete a mí enseñándome tu semblante. –susurré poniéndome de puntillas y mirando entre las hojas colgadas de sus grandes ramas.
Escuché a Víctor llamándome muy cerca de donde yo me encontraba, algo me dijo, que me quedase en silencio y me escondiese, pero no me hizo falta. Unas fuertes manos agarraron mis brazos y me levantaron en el aire, sentándome en una de las ramas más gruesas. Justo en ese momento, Víctor apareció bajo el árbol, miró hacia arriba, yo creía que nos había visto pero se dio la vuelta y continuó con mi búsqueda. Cuando ya estaba lo suficientemente lejos de allí, me atreví a hablar, pero él se me adelantó.
—Perdone mi brusquedad, no debí apartarla de él, es su prometido. –se disculpó avergonzado. Yo no me esperaba esa reacción.
—Aún no lo es, y algo me dice que tiene sus razones para apartarme de su lado.
—Pensé que... ¿Pero qué digo? La gente como yo no piensa, está hecha para esconderse y luchar cuando es debido, no para pensar.
— ¿La gente como tú? -pregunté confundida- ¿Qué tienes de diferente para que uses contra ti mismo tales insultos?
— ¿Te parece suficiente razón que vivimos en cuevas escondidas en el bosque? Incluso entre mi gente, me siento desplazado, no soy como los demás, mi rostro lo dice más que mis palabras. –se tapó la cara con las manos.
— ¿Tu rostro? –Con un dedo le levanté la barbilla y le examiné, dejando a un lado el extraño tatuaje de su cuello, lo demás era totalmente perfecto- No le veo nada de extraño, en todo caso, lo único que podría ver sería belleza.
—Exacto.
— ¿Te avergüenzas de ser bello? –Susurré- Muchas personas quisieran ser como tú.
— ¿Incluyendo la maldición que marca mi rostro? –Se apartó el pelo de la cara y mostró con vergüenza su nariz, era completamente normal, pero una gruesa línea azulada la cruzaba- Me la hicieron cuando nací, me obligaron a ser diferente, a maldecir mi persona cada vez que me miro a un espejo. No es solo la marca, con ella, comenzaron a llegarme sentimientos de compasión, cosa no muy común en los míos, en los Marlemn.

Ocurrencias 3.

El silbido de la tetera inundó la habitación. La anciana se levantó de la mecedora, rechinante y trabajosa, dejandola que se meciese a su libre albedrío, y caminó lentamente hacia la pequeña cocina. La tarta que aguardaba en el horno a ser devorada por hambrientos viajeros y escurridizos del perseguidor, llenaba cada rincón del ambiente de un aroma casero y dulce. La primera gota de lluvia golpeó el cristal de la ventana cuando la anciana me sirvió el té que contenía la antigua tetera humeante. Volvió a sentarse en su desgastada y atrofiada mecedora de madera seguramente herencia de generaciones y generaciones de mujeres de la familia.

Mis libros 5.

Se levantó la camisa mostrando la herida totalmente cicatrizada.
—Te he dicho que ya no me duele.
Por primera vez, le miré sin entender lo que había pasado, con desconfianza e incredulidad. Mi respiración se tornó rápida y entrecortada. Me sentía perdida en aquel lugar, todo estaba lleno de peligros y de sucesos extraños que no llegaba a comprender, aunque hacía lo posible para sentir que aquel lugar ya era parte mí. Una suave y fría mano rozó mi mejilla, me estremecí al sentir el contacto. Eiden esperaba impaciente a que tomase una decisión, yo sabía lo que él quería que hiciese, si soy sincera yo estaba de acuerdo con él pero, algo me decía que, no me marchase de allí. La luna se reflejó en los ojos tristes de Eiden, que me miraban con preocupación interrogante. Sin querer, mis ojos se clavaron en la marca que estaba tatuada en su nariz, aquella línea azulada que le diferenciaba del resto, y que a mí me maravillaba. Él agachó la cabeza en cuanto se dio cuenta de esto y se tapó la cara. Me sentí culpable. Di un paso hacia delante, hacia él, y de pronto, me vi tirada en el suelo. Eiden estaba sobre mí. Se llevó el dedo a la boca y me indicó que guardase silencio. Al poco, llegó a mí el sonido que sus finos oídos habían escuchado mucho antes de lo normal. Me paralicé por completo, mis agarrotados dedos apretaron las hojas caídas que había en el interior de mi puño, desmenuzándolas y convirtiéndolas casi el polvo. Unos caballos a galope pasaron sobre nuestras cabezas, y, sus jinetes, iban tan concentrados en no golpearse con las ramas de los árboles que no nos vieron.
Unos minutos después, el ruido se extinguió y Eiden me levantó del suelo tras él.
— ¿Cómo has…? –balbucí.
—Solo te lo pediré una vez más, y te suplico, Claire, te suplico, que tomes una decisión ya. –Suspiró- Vámonos de aquí, vámonos sin esos soldados de pacotilla.
Tras meditarlo unos minutos, asentí, provocando en Eiden una reacción positiva.
—Prométeme que no va a pasarnos nada. –le pedí casi temblando.
Eiden me acarició la mejilla.
—No puedo prometerte algo así, pero, si puedo prometerte que haré lo imposible para que no nos pase nada. –reconoció sonriendo.

Tiempo atrás.

A veces, miramos a nuestro alrededor, y no vemos lo que de verdad tenemos delante. Nos pasamos una vida buscando algo que nos haga feliz, sin tener en cuenta que durante esa búsqueda, ya hemos palpado la felicidad más de una vez, sin saberlo.
De pronto, un día, estamos tumbados en la cama, escuchando música, y recordamos sucesos, que no tuvimos en cuenta, un momento en el que reíste hasta más no poder, el simple hecho de que la persona que te gustaba te mirase y se fijase en ti, ir un día a la piscina con tus amigos, salir por la noche y correr por las calles riendo, hablar por móvil hasta las tantas de cualquier tontería sin importarte la hora a la que te tenías que levantar al día siguiente, una película que te emocionó tanto que lloraste y otra que te dio tanto miedo que casi dejas sin respiración a quien estaba a tu lado abrazándole, tu primer beso, que para ti no fue con al primero que besaste, si no al último, esos días solos en su casa riéndoos y abrazándoos, esas conversaciones por msn con tus amigas que sentías la obligación de borrar para que no las leyesen tus padres, la sonrisa de estúpida que se te quedaba en la cara cuando hacías reír a alguien sin importarte como.
Momentos del pasado, en los que ahora te das cuenta de que fuiste feliz.